Al Crismevaya le quedan pocos días de vida. A finales de mes, el barco de madera será condenado al desguace. Silverio, su patrón, parece no querer pensar demasiado en ese futuro que aguarda a la vuelta de la esquina. «Hoxe aínda non vai moito frío», comenta, como cambiando de tema, mientras guia la nave hasta la zona de Lobeira de Cambados. Sus más de treinta años en el mar le dicen que allí hay vieira. Y de la buena. «Algúns quedan antes, na medianía, pero aí aínda hai moito fango. Alá a vieira é mellor», continúa explicando. Luego, Silverio señala un barco que navega en dirección contraria. «Aí veñen os de Rianxo», comenta. «Van esperar a ver onde botamos nós para botar eles despois», explica. Dice una canción de la ría que os de Rianxo non saben pescar . Pero Silverio no quiere ser injusto con sus compañeros de arte. «Coñecen menos esta zona».
Él si la conoce, y por eso su instinto no le falla. A las puertas del faro de Lobeira de Cambados, los rastros son lanzados al mar. El primer lance devuelve al barco las redes cargadas. La viera no llega sola: con ella acuden a la red todo tipo de acompañantes. Sobre todo algas. Y mexóns : unos animales extraños, como pequeñas bolsas blancas, llenas de un líquido que de vez en cuando sueltan a modo de chorro impertinente.
El tamaño sí importa
Los dos tripulantes, tras haber aprovechado la pausa para tomarse un tentempié y fumarse un cigarro, separan con rapidez las vieiras de todo lo demás. Y de si mismas: el comprador exige que las piezas que lleguen a la fábrica midan, como mínimo, once centímetros y medio. Con la mayoría de las piezas no hay duda. Pero algunas están jugueteando con el límite. Y, para resolver la incógnita, nada mejor que tirar de regla y sistema métrico. Las piezas que no han alcanzado la talla exigida son devueltas al mar sin problemas: abajo hay abundancia, y las que hoy son devueltas pueden volver al rastro con la talla adecuada.
El segundo lance vuelve a demostrar que el fondo del mar es una comunidad con muchos vecinos. «¡ Vaia pichada !», exclama Silverio al ver que sus dos tripulantes no logran levantar el rastro. Pesa demasiado, pero finalmente es izado sobre la popa y vaciado. La red del rastro llega convertida en un festival de colores frescos: el verde de las algas, el beis de las vieiras. Alguna nécora mueve las patas, desorientada, sobre el cachito robado al fondo. Y un centollo es devuelto al mar tras una corta visita al mundo de los humanos.
Pero la visita más celebran los tripulantes del Crismevaya es la de las crías de vieira. No es de extrañar: esos pezqueñines de hoy son la garantía de que mañana seguirá habiendo riqueza en los fondos. Y si hay riqueza, habrá flota. Y entonces, los desguaces, seran los justos y necesarios.
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