El rastro de vieira «é do melloriño que hai para o mar. Non é nada dañino, eso seguro». La frase, robada a un marinero de Cambados en el muelle de Tragove, es repetida hasta la saciedad por casi todos los armadores y tripulantes de esa localidad arousana.
A poco que se les preste atención, comienzan a desgranar sus argumentos. Todos esos argumentos se resumen en uno: el arte ayuda a limpiar y regenerar los fondos. Y las palabras se acompañan de un hecho: los barcos de Cambados son contratados por pósitos de otras zonas de la ría para que acudan con sus rastros a limpiar las concesiones marisqueras.
¿Cuál es el secreto de ese arte? El rastro está formado por una serie de dientes que arañan la superficie de los fondos. «Son dentes torneados que non se clavan máis que aquelo que se teñen que clavar», explica un armador. Se clavan, se arrastran, y a su paso remueven la arena y todo lo que allí se ha acumulado hasta una profundidad de quince centímetros. Es decir: oxigenan el terreno, deshacen las pequeñas acumulaciones que se pueden ir formando a consecuencia de las mareas, y no dan tregua a las algas.
En aquellas zonas en las que el aparejo es utilizado, los fondos se encuentran en mucha mejor forma que en otros puntos de la ría. Y ya se sabe que si el fondo está bien, las posibilidades de que en él crezca y se acomode el marisco se multiplican. Y de eso es de lo que se trata.
Desde Cambados defienden también otros aparejos que colaboran a mantener la ría. «Son as artes que temos aquí, e temos que defendelas. Pero é que ademáis podemos demostrar que son boas, non é só que o digamos nós. Se o rastro de vieira non axudase a manter os fondos, non nos pagarían para ir limpar con el por aí adiante», concluye el patrón mayor.
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