Según el naturalista Jean Baptiste Lamarck (1.744 - 1.829), el medio ambiente determinaba exclusivamente los cambios morfológicos que le permitirían a una especie estar mejor adaptada. Estos cambios se producirán en forma constante y tendrían como consecuencia el desarrollo de ciertos órganos o partes del ser vivo más usados o necesitados, en el detrimento de aquellos que se atrofian y desaparecen por falta de función adaptativa. Este mecanismo estaría controlado por el instinto o la voluntad. La genética moderna ha demostrado que los caracteres no se producen de ese modo.
El hallazgo y estudio de los rastros fósiles de seres que vivieron hace miles de años, además de las observaciones sobre el aislamiento reproductivo y el comportamiento de especies cercanas en el medio natural, la evolución que involucra la genética de poblaciones, la especiación o producción de especies, la ontogenia o desarrollo embriológico que recapitula la historia evolutiva de un individuo y la filogenia u origen de los troncos taxonómicos. Esta teoría opera bajo premisas, como la ley de la complejidad creciente, en la que se postula que los seres vivos han evolucionado de lo simple a lo complejo; la ley de la especialización que acentúa determinadas características particulares, y la ley de la continuidad evolutiva, que explica como los pequeños saltos o variaciones de la evolución se acumulan en el tiempo y dan lugar a especies muy diferentes de las originarias.
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