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 • Camino de Fisterra
 
Etapa: HOSPITAL - FISTERRA

    Si el viajero se dirige en primer lugar a Fisterra, el camino lo llevará a las inmediaciones del santuario de A Nosa Señora das Neves (s. XVIII), con su "fuente santa" y una concurrida romería cada 8 de septiembre, y a la también popular ermita de San Pedro Mártir, con otra fuente "milagrosa" para variadas dolencias. Ya en el alto de 0 Cruceiro da Armada (247 m), el caminante contempla, por primera vez, en la lejanía aún, el cabo Fisterra.

   El cabo es el símbolo de la comarca del mismo nombre, por la que viajaremos en lo que queda de camino tanto si nos dirigimos a Fisterra como si lo hacemos hacia Muxía. Esta comarca, dada como pocas a todo tipo de leyendas, cuenta con una de las franjas costeras de mayor belleza de la Península Ibérica, en la que se alternan los grandes y tranquilos arenales con abruptas formaciones rocosas y un mar bravo como pocos. El marisqueo, la pesca y la agricultura, con productos artesanales de gran calidad, también contribuyen a hacer de la zona un paraíso para la vista y los sentidos.

   Cee, la primera localidad de la comarca a la que llega el peregrino, cuenta con una notable actividad comercial -destaca su mercado dominical- y de servicios. El pazo de 0 Cotón y el edificio decimonónico de la Fundación Fernando Blanco son dos de los símbolos de la localidad, en la que también destaca la iglesia de A Xunqueira, de cabecera gótica.

   Muy próxima a Cee esta la villa de Corcubión, que conserva un casco antiguo declarado conjunto histórico-artístico, reflejo en gran medida de la antigua relevancia de su puerto. La iglesia de San Marcos, gótico-marinera y neogótica, debe su nombre a la imagen del patrono de la localidad, una obra en madera policromada, de origen italiano, de finales del siglo XV Corcubión rinde culto a la riqueza marisquera de la zona celebrando el primer sábado de agosto de cada año la Fiesta de la Almeja.

   El camino llega a Fisterra después de bordear, durante unos dos kilómetros, las formaciones dunares de la hermosa y extensa playa de Langosteira. Fisterra, localidad de recios marineros y pescadores, esta ligada a la tradición jacobea desde sus inicios.

   El epicentro de esa relación es la iglesia de Santa María das Areas, de origen medieval, situada a las afueras de la localidad, camino del cabo Fisterra. Una arcada, que se considera que formó parte del desaparecido hospital medieval de peregrinos, da paso a un templo en el que brilla con luz propia el Santo Cristo de Fisterra, singular talla del siglo XIV que según la leyenda apareció en la costa después de ser arrojado al agua por un barco durante una tormenta. Para muchos antiguos peregrinos, la visita, tras la peregrinación a Santiago, a la que consideraban la más occidental de las representaciones de Cristo era una forma idónea de culminar su viaje.

   Fisterra celebra cada Semana Santa la fiesta del Santo Cristo, declarada de interés Turístico Nacional. Se trata de una representación de la vida y muerte de Jesús que alcanza su apogeo el domingo de Pascua con su resurrección, bailándose, como colofón, una antigua y singular danza ("a danza das areas"). La representación la realizan actores no profesionales, vecinos de Fisterra.

   Además de la capilla barroca del Santo Cristo (1695), destaca en el templo de Santa María das Areas la renacentista de la Virgen del Carmen. La capilla mayor (siglo XIV) guarda una imagen pétrea de la Virgen María, del siglo XVI. También se venera una imagen de Santiago con un ritual que recuerda al de la catedral compostelana. Aunque la portada principal es románica, en el exterior del templo predomina el gótico marinero.

   Desde la localidad de Fisterra, el peregrino debe realizar un último y corto trayecto para llegar a la punta del mítico cabo Fisterra, que nos anuncia el edificio del antiguo faro, rehabilitado para usos turísticos. El espíritu y la naturaleza, el mar y el cielo, la leyenda y el presente se dan la mano en ese extremo occidental de Europa en el que los antiguos creyeron adivinar el fin del mundo conocido, quizá definitivamente convencidos al observar sus grandiosas puestas de sol.

 
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