Existen acantilados enteros, como los de Dover en las costas del Canal de la Mancha, o rocas calizas como las de Tuxpan en Veracruz, compuestos principalmente de caparazones depositados durante millones de años.
Un gramo de piedra de globigerina contiene unos 100 mil caparazones, lo que proporciona una idea de la riqueza de estos foraminíferos planctónicos. Actualmente se conocen cientos de especies de globigerinas, y continuamente se descubre alguna nueva.
El "barro de globigerinas", como también se designa a algunos de los sedimentos marinos, constituye una verdadera crónica histórica para la paleontología y la oceanografía, pues aporta datos de cómo vivieron en las diferentes eras por las que ha pasado la Tierra, y gracias a esto se pueden realizar las predicciones ecológicas con base en los conocimientos paleoecológicos. Entre otros datos, los foraminíferos pueden incidir en lugares donde se forman en las distintas épocas los mantos petrolíferos, siendo su estudio muy importante para localizar dichos yacimientos.
El caparazón de los foraminíferos adopta formas muy diversas y es característica de cada especie de los géneros Globigerina, Orbulina y Globorotalia. Su distribución horizontal está determinada principalmente por la temperatura del agua y la vertical por la presencia de material terrígeno en suspensión en el agua.
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