Por la imposibilidad que tienen los crustáceos de proteger sus huevos y sus larvas, han desarrollado la capacidad de producirlos en enormes cantidades; por ejemplo, los bogavantes llegan a formar hasta 100 mil huevecillos cada año, de los cuales emergen larvas que flotan libremente en el seno de las aguas y después de varios cambios se transforman en el adulto que habita en el fondo. De la larva que mide unos cuantos milímetros puede llegar a formarse un bogavante adulto de 20 kilogramos de peso.
Los estudios sobre las larvas de crustáceos son de mucho interés para entender bien su ciclo vital y así poder rastrear la distribución de las especies, los límites de las zonas de reproducción, y la abundancia de los individuos, características importantes para el manejo de las especies de interés pesquero, sobre todo si se quiere predecir su captura.
Con estos estudios se pueden identificar los diferentes estadios larvales y conocer cómo se distribuyen las especies, ya que algunas especies de crustáceos, como por ejemplo los camarones, cuando son adultos, presentan desplazamientos relativamente cortos, y otros, como los percebes, no los tienen; mientras que en sus fases larvarias en que forman parte del plancton las posibilidades de transporte por las masas de agua donde flotan se incrementa.
Otro aspecto importante que se puede conocer es la época y la región de reproducción de las especies, y de manera indirecta el número de reproductores que han dado origen a todas estas larvas.
Conociendo cuántas larvas existen en una zona determinada y estimando la supervivencia y la mortalidad de los estadios larvarios y juveniles se puede predecir la abundancia de adultos en determinada área y así se logra el manejo adecuado de la explotación de la especie, evitando el peligro de subexplotarla o de sobreexplotarla.
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