Este variado grupo de crustáceos tiene formas que semejan extraños animales con sus patas y antenas larguísimas y sutiles, con penachos de la más diversa condición que hacen de estos seres modestos e insignificantes fantásticas criaturas en su excéntrica conformación. Los copépodos son capaces de nadar y así mantenerse flotando; cuando se quedan inmóviles tienden a hundirse, y extienden al máximo sus apéndices natatorios para evitar este descenso.
Otro medio que tienen los seres planctónicos para evitar el hundimiento es crear dispositivos de flotación. Esto sucede en el caso de las medusas, en las que su cuerpo gelatinoso está formado por un 95% de agua, de modo que su densidad es mínima y, al pesar lo mismo que el volumen de agua que desalojan, no se hunden.
Este proceso también se puede observar en dos peces típicamente planctónicos que, además de ser pequeños, poseen una disminución en la musculatura del cuerpo y su esqueleto está poco calcificado.
Los animales marinos han desarrollado medios para flotar con base en el hecho de que el aceite tiene menor densidad que el agua, y recurren a esta sustancia para no hundirse. En algunas diatomeas son frecuentes las gotitas de aceite dentro de las vacuolas de su citoplasma, lo que las ayuda a flotar como si tuvieran un globo. Esta adaptación es útil al organismo, porque la grasa le representa una sustancia de reserva que utilizará en periodos donde las condiciones sean desfavorables para su nutrición.
Los huevecillos de los peces están provistos de un curioso flotador: existe en ellos una gota de grasa de color amarillento que destaca claramente del resto. La misión de ésta es compensar el desequilibrio que se establece entre el huevo y la densidad del agua, aligerándolo para que pueda flotar. Cuando el joven pez está a punto de emprender su vida libre e independiente, siéndole ya inútil la gota de grasa por el desarrollo de sus incipientes aletas, se nutre a expensas de ella, incorporándola a sus propios tejidos.
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